«[…] La realidad de la unión [es decir, el anonadamiento del enamorado en la bienamada] es que, durante un corto periodo de tiempo, el fuego se convierte en anfitrión [de la mariposa nocturna] y la despide enseguida [transformada en] ceniza.»

Aḥmad Ġazzālī, Sawāniḥ al-ʿuššāq (Las intuiciones de los amantes), cap. 39.

«Lo primero que se echa de ver en el místico es […] que le sepa la vida a ceniza.»

María Zambrano, «San Juan de la Cruz (De la “noche obscura” a la más clara mística)».

 

Con el presente ciclo de tres conferencias sobre el gran escritor, poeta, pintor y traductor cordobés Manuel Álvarez Ortega (1923-2014), nos sumamos a los actos de celebración de su centenario (1923~2023). Las conferencias sobre su obra literaria estarán impartidas por cuatro relevantes figuras de la poesía y el ensayo literario: Juan Barja, José Manuel Cuesta Abad, Amelia Gamoneda Lanza y Amalia Iglesias.

El título propuesto, «Ceniza la luz», es un verso del poeta que sintetiza la iluminación tras la aniquilación (annihilātio). Es la de MAO una poesía de corte metafísico, pero de una espiritualidad sin religión, una mística sin fe, una salvación sin redención. Una de las imágenes más recurrentes en su escritura es la de la ceniza, que se repite a lo largo de su dilatada obra lírica, y que da título a uno de sus últimos poemarios: Cenizas son los días (2011). Esta imagen o símbolo se va haciendo significativamente más frecuente a medida que avanza la trayectoria creativa de nuestro poeta, a camino entre lo sagrado y lo profano: «santiguada la ceniza //templo /de la mortalidad». Cubrirse la cabeza de cenizas. En la literatura bíblica, en señal de duelo o arrepentimiento se echaban ‘ceniza’ (hebr. ʾēfer, gr. σποδός) sobre la cabeza (2Sam 13:19; Is 61:3; Mt 11:21), se sentaban sobre la ceniza (Job 2:8; Jon 3:6), o se revolcaban en ella (Jer 6:26): «echarán polvo sobre sus cabezas» (Ez 27:30). Por extensión, es pues la conciencia de la nada, de la nulidad de la criatura con respecto al Creador: «duelo que nos salva» (MAO). Los místicos no distinguen entre el cuerpo y las cenizas como su prolongación: «De mi lecho de cenizas se elevará /el humo mensajero que /Le dirá mi amor», escribe el santo Kabīr; «asunción /de ceniza», «santiguada [sanctificāre: dedicar a Dios algo] la ceniza» (MAO). Asimismo, Ph. Jaccottet: «la ceniza con la que este nuevo enlutado no se cansaba de cubrir su cabeza…». En esta línea, J. Derrida escribe: «una especie de nada o ceniza. Nos aguarda la ceniza.»; «Por mucho que te defiendas, sólo eres volumen cuando te cubres de cenizas, lo mismo que la cabeza en signo de duelo.» A su vez, P. Quignard: «El hombre no debe estimarse. Debe ser una lágrima sucia, un polvo inútil, un fango y una “apostema”. […] Francisco se levantó, se inclinó en la chimenea, tomó la ceniza del hogar, la extendió sobre su cabeza. Se friccionaba la cabeza con ella. Dijo: –¡Éste es el breviario!». Los enlutados, los muertos (liberados)-en-vida, cubren su cabeza de cenizas (seguidores de Śiva, Abū Yazīd al-Basṭāmī…), de luz ceniza, ceniza-la-luz, el color gris del sacrificio de sí (M. Rothko, P. Celan), de la desertificación del lenguaje (S. Beckett, M. Duras). Poetas contemporáneos de la autoaniquilación (S. Beckett, P. Celan, A. Pizarnik, J. Á. Valente) han hecho de las cenizas una de sus imágenes clave para hablar de la muerte simbólica. En su nadir, el poema de Celan «Engführung» («Angostura») tiene una sola palabra: «ceniza». Y, además, esta palabra amplía el sentido y a la vez lo vacía: «Ceniza. /Ceniza, ceniza». En esta línea está Valente («Serán ceniza…»). Así es la senda del autovaciamiento y la disolución de sí de MAO: «ser polvo para la muerte», «amasijo de polvo», «sudario de ceniza», «el harapo que ya siempre serás», «hállate ceniza a la sombra de ese páramo», «ceniza en la nada», «ceniza la luz». Nuestro poeta nos exhorta a no temer ser consumido: «la muerte más cierta /…/cuerpo calcinado». La luz de la danza de Śiva, insondable dios asceta, personificación de la Supramuerte, que va «vestido de cenizas», es una luz semejante a cenizas (vibhūti). Como señal de sus votos, los yogī se frotan con las cenizas del fuego ritual. Esto hace que sus cuerpos adquieran una extraña y espantosa blancura. Śiva está siempre presente junto a las piras funerarias, un lugar puro para vivir. Reina sobre el mundo subterráneo de los muertos. El Universo se asemeja entonces a una pira fúnebre, a un montón de cenizas y osamentas calcinadas (ruṇḍa-muṇḍa). Para el asceta que practica la renuncia absoluta, las cenizas pertenecen a una pira fúnebre. «Un jugo funeral y amargo se destilaba en nuestra boca, éramos un cementerio», «la muerte más cierta /cuando tu cuerpo calcinado […] se entrega», escribe MAO.

Partimos de una pintura de nuestro poeta, aquí reproducida, que forma parte de una serie de paisajes, la mayoría del año 1998, convertidos en tierras baldías: «has peregrinado por un mundo desierto». «La poesía es también una ascesis en el desierto del símbolo», anota MAO. Un paisaje desnudo, yermo, vacío, que nos evoca las pinturas terminales de M. Rothko. La desertificación de la imagen (Rothko, MAO) es completada con el aniquilamiento de la escritura, los escombros de un lenguaje en descomposición (S. Beckett). Por momentos, el lenguaje de nuestro poeta recuerda el de la teología apofática: «Aléjate, disuélvete para siempre en la nada /…/estación de mi cadáver, mi escoria, lo que soy /…/en donde soy mi escombro […] mi dios único»; «a mayor gloria de una vieja divinidad, /la nada», «un color desnudo a la sombra de nada», «la secreta pulsación de oscurecerse en la nada», «oscura /…/hacia la nada te vuelves». El lenguaje empleado es similar al de la teología negativa de Eckhart (gotis nicht), Juan de la Cruz (nada), Silesius (Übernichts), R. Musil (Eben nichts), y en la línea de los poetas de la Nada: «siento la nada /invadirme» (Mallarmé), G. Ungaretti (annientante nulla), N. Sachs (Nichts), P. Celan (Niemand). El rico cromatismo característico de la obra de Rothko, para representar la forma anicónica, imagen sin imagen de la Faz inefable e irrepresentable, en su pintura última se dirige, paradójicamente, hacia la pobreza ontológica del «sin color» (= «un color desnudo», «un color sombrío», MAO). En la poesía de Rilke, «follaje gris /gris él también», desolador en su ausencia de Dios– el gris es una especie de coloración original de los colores, al cual también ellos retornan. El gris es, asimismo, el otro color relevante de la luz-ceniza de Beckett: «Todo está gris.» Es el gris terminal presente en los dos últimos años de vida de Rothko, en cuya línea se sitúan los paisajes desolados de MAO. Como en el gris claro sobre gris oscuro del cuadro Blue and Gray (1962) de Rothko («un cielo de humo», «un desierto oscuro», MAO), en la escritura de Beckett el cielo y el último desierto son de polvo ceniciento, «alba gris», «luz gris»: «último desierto que atravesar.» En Beckett, el camino salvífico pasa antes por las cenizas: «Sólo había visto cenizas. Sólo él se había salvado. (Pausa.) Olvidado.» Es, asimismo, la decoloración progresiva de la escritura que caracteriza la poesía terminal de Celan. El gris ceniciento como extinción de la coloración de la vida es el color que resta en el Celan tardío, antes de su última inmersión en las «aguas de fondo»: «charcos gris-corazón: /dos /bocanadas de silencio»; «(— color día-gris, /de /los vestigios de aguas de fondo –». «Amo mientras muero y contemplo tu gris vida /rodando oscuramente» (MAO). Dos cuerpos autosacrificados: en la luz grisácea del estudio-cripta (Rothko) y en el fondo sombrío de las aguas del Sena (Celan): «en tu piel de suicida» (MAO).

A su vez, MAO escribe del deshacimiento mundano, la disipación, la pérdida (perdĕre, volverse ruina) o disolución espiritual de sí, ser privado de sí mismo, ser «nada en absoluto» (R. Musil), dispersión o recaída sin fin hacia el vacío: «Sé como el humo», «sembrados de un humo suplicante», «así viajamos, trapos en desuso, cadáveres de humo», «nube de polvo a la deriva». El humo es la imagen de las relaciones entre la tierra y el cielo. En algunos contextos, la incineración era un medio de liberación. La columna de humo simboliza el camino de la hoguera hacia su sublimación. Ya hemos visto que los hebreos se ponían polvo sobre la cabeza en señal de duelo (Jos 7:6; Lam 2:10; Ez 27:30) y el salmista alude al «polvo de la muerte» (Sal 22:16). Reducir a la nada: «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada» (L. de Góngora); «es cadáver, es polvo, es sombra, es nada» (sor Juana Inés de la Cruz). Asimismo, en la tradición de la poesía del Siglo de Oro, aparece la imagen de la mariposa, amante de la llama, ciega por la luz: «cenizas la hará [a la mariposa], si abrasa el humo» (L. de Góngora); o de la llama extinta: «¿en cadáver de luz, en humo ciego?» (F. de Quevedo).

Luz semejante a cenizas (vibhūti). Labor de autovaciamiento, deshacimiento del yo o aniquilación de sí: «ser polvo para la muerte», «palpitante ceniza», «hállate ceniza», «ceniza la luz», concluye nuestro poeta. Así, el místico-mártir al-Ḥallāǧ, en el momento en que el fuego de la pira está a punto de consumir su sacrificio: «un solo átomo de mis cenizas es el presagio del futuro Templo de mis transfiguraciones» (cf. «el templo que el cadáver sustenta», MAO). A su vez, el melancólico Propercio, 2, 13, 31: «Deinde, ubi suppositus cinerem me fecerit ardor» (‘después, una vez que el fuego colocado debajo me haya hecho ceniza…’). En la línea del poeta lírico latino está Quevedo –«ceniza ardiente», «polvo enamorado» o «ceniza, mas tendrá sentido»: «Yo soy ceniza que sobró a la llama; /nada dejó por consumir el fuego /que en amoroso incendio se derrama», «y aunque amor en ceniza me convierte». Amor est mors: «y, desde dentro, creciendo de ceniza y luto, /dispuesto estoy a compartir mi muerte /y el amor.» (MAO).

«Beber las cenizas»: cuando tu cuerpo («muerto perfecto», «muerto para la eternidad»), calcinada la luz … se entrega.

Antoni Gonzalo Carbó